Una sociedad húngara que sobrevive

François-Xavier Legrand, Traducido por Maria Alejandra Paixão
9 Mai 2016



Hungría, país situado entre Austria y Rumania, marca la frontera ficticia entre las Europas oriental y occidental. Las calles de Budapest, a tan sólo 250 km de Viena, reflejan un ambiente a las antípodas de la capital austríaca. Frontera imaginaria o desigualdades reales: panorama de una sociedad que sobrevive.


Créditos: François-Xavier Legrand
Créditos: François-Xavier Legrand
El 1 de mayo del 2004, Hungría pasó a ser parte de la unión Europea. Sin embargo, sigue sin integrarse a la eurozona. El florín húngaro es la moneda nacional, con una tasa de cambio de cerca de 310 florines por 1 euro. Adoptar la moneda europea no está entre sus planes, ya que su llegada, posteriormente desplazada, no estaría prevista sino para los alrededores del 2020.

¿Por qué tal rechazo? El miedo a la inflación de precios, creada por dicho cambio, puede sentirse fácilmente. Es el caso de muchos países vecinos, cuyos precios aumentaron con la adopción del euro y cuyo objetivo no era más que una simplificación. ¿Qué pasaría entonces si un pedazo de pizza, vendido a 200 Ft (0,64€*), pasara a costar 1 o hasta 2 euros? ¿Qué sería del pequeño pan redondo de 14 Ft? ¿Cuánto empezaría a costar una pinta de cerveza de 350 Ft (1,12€*)?

Créditos: François-Xavier Legrand
Créditos: François-Xavier Legrand
Hay un verdadero temor de ver el precio del mercado aumentar. Habría que ser tonto para pensar que la caja de leche seguiría costando menos de un euro, y que se podría seguir comiendo una hamburguesa clásica en un restaurante por 4,5€. Por otro lado, nadie se queja por pagar con billetes de 1000, 2000, 5000, 10000 o hasta 20000. El florín, moneda antigua, sigue por ahora en las billeteras de los húngaros, y ahí se quedará durante un buen tiempo.

Una preocupante inflación de precios

Además del hecho que la adopción del euro no esta en la agenda, también se siente una preocupante inflación de los precios. Como lamenta Brigitta, una aquinea de unos cuarenta años, “Los precios no dejan de subir. Cualquiera lo puede notar, ya que los precios cambian prácticamente todos los días”. Gábor, aquineo que trabaja en el sector inmobiliario, ha notado un brote en los precios desde el 2013.”Es más rentable alquilar un apartamento por Airbnb. Debido a esto, el número de apartamentos arrendados por año cayó, y el precio del arriendo aumentó para compensar las pérdidas”.

El resultado de esta economía es que un salario de 350€ por mes no es suficiente para pagar un arriendo, ni los alimentos necesarios para sobrevivir. Los precios se acercan cada vez más a los vistos en los países de Europa occidental. De hecho, los grandes centros comerciales tienen precios similares. La respuesta a la pregunta “¿Cómo vive usted con un salario tres a cuatro veces menor que el salario de occidente, pero con precios similares?” es evidente y generalizada, aunque difícilmente aceptable: “no es cuestión de vivir, sino de sobrevivir”. En Hungría, es normal que un médico atienda en varios consultorios y hospitales para poder alcanzar a ganar 1000€ al mes y ésta sigue siendo una suma justa para mantener a toda una familia.

Créditos: François-Xavier Legrand
Créditos: François-Xavier Legrand
¿Acaso Hungría es tan pobre? Réka, profesor de derecho en la Universidad de Budapest, relativiza: “lo peor está al oriente del país. Los campesinos andan sin calcetines ni zapatos. En Budapest, las profesiones de finanzas, derecho y la iniciativa empresarial permiten que los ciudadanos tengan un nivel de vida correcto. Estas últimas esconden la miseria, que no por eso deja de ser real”. Réka lamenta igualmente la falta de financiamiento en el sector público. “El presupuesto estatal no permite cubrir los gastos del sector público. A partir del momento en que un diploma es reconocido en el extranjero, es normal que el titular migre hacia otro país. Es sobre todo el caso de los médicos”. Este profesor de derecho retoma la tradición de decir que la segunda ciudad del país es Londres, debido a la gran cantidad de húngaros que viven ahí.

Bocas de metro, aceras, porches… nidos de pobreza

No hay distinción entre hombres y mujeres, jóvenes, adultos o anciano. Los vagabundos están ampliamente presentes en las calles de Budapest. No importa el barrio o la acera; una hora de caminata por la ciudad es suficiente para encontrarse con docenas de ellos. Ver a una persona husmear en las basuras, o hacer fila junto a los colchones de los sin techo al querer entrar a una discoteca se ha vuelto parte del cotidiano. Y cuando llega el invierno, en una ciudad que puede llegar facilmente a los -5 o -10 grados centígrados, las bocas del metro se convierten en punto central de esta categoría abandonada de la población. Hace más calor y no llueve, pero hay un constante flujo de personas, una luz cegadora y un ruido ensordecedor. Por eso es que algunos prefieren dormir en las entradas de las viviendas. Otros intentan hacerse al calor de los canales de ventilación. Cualquier abrigo es bueno. Incluso las cabinas telefónicas permiten alejarse un mínimo de sus vecinos. En vista de esta miseria social y económica, un estudiante aquineo afirma que “el objectivo común de cada individuo es sobrevivir”.
 
*tasa de cambio del 1º de febrero del 2016.    

Notez