Una Española en Paris

25 Février 2013



Chica joven de "au pair" a París, Nieves Meijide ha confiado su diario de viajes a "Journal international".


Una Española en Paris
El 31 de Enero no fue un día cualquiera para mí; fue el día que emigré de mi país, del mismo modo que mi abuelo tuvo que emigrar, en su caso a Alemania, ahora nos toca a nosotros los jóvenes, dos generaciones después, emigrar, como ellos, a otros países con la esperanza de que nos acojan y nos permitan aprehenderlos y nos aprehendan a su vez. Yo escogí París, la ciudad del amor, de los bohemios, de los revolucionarios. Escogí París porque hay sueños que hay que cumplir, pero mucho más real, escogí irme porque en España no tenía trabajo.
Ese día, último día del primer mes de este nuevo año partí de Barajas hacia Charles de Gaulle, de Atocha a Châtelet les Halles, de Madrid a París, abandonando mi tierra en busca de nuevas posibilidades.

Châtelet es una estación céntrica, muy grande, yo entonces eso no lo sabía, tampoco sabía que proponer una cita en ese lugar tendría dudosas circunstancias. Pero no me importó, era París, una hora, dos, de espera de búsqueda, entre luces y gente, mucha gente.

París es de color rojo, fue lo primero que pensé, tenía sentido, coquetería y seducción, a fin de cuentas es la ciudad del amor. Había muchos restaurantes alumbrados con luces rojas reclamando que entrases, luces centelleantes, bonitas en cierto sentido, dotaban la calle Rívoli de cierto tinte acogedor, casi hogareño, camuflando así la impersonalidad que caracteriza a las grandes capitales. París es de color rojo, y eso la dota de encanto, sí eso fue lo primero que pensé. Luces por doquier, y gente, la calle estaba abarrotada de gente, pero era claro que no era Madrid, que esa gente no era la misma de allá donde yo vivo; tampoco las prisas -que las había-eran las mismas, en París todo el mundo parecía ir o venir de alguna parte muy importante; la gente parecía realizada, contenta, como si su rol en esta sociedad fuese incluso trascendente, como si el simple hecho de recorrer esta ciudad fuese en sí mismo un triunfo. En Madrid la gente camina aburrida, sabedoras de que su vida acá o allá no resplandecen en absoluto, no son envidiadas, ni dotadas de características extraordinarias. Caminar por Madrid no significa ser nada más que tú misma, caminar por París significa ser parisino, aunque sea temporalmente, y eso se nota.

Yo no podía sentirme parisina, no todavía, aunque si podía caminar por allí con triunfo, triunfo por haber llegado, por fin, a la capital más transitada, más visitada de Europa.

Pero no era eso lo importante, no, lo importante para mí es que París había sido la ciudad por excelencia de los bohemios, de aquellos que existieron, de aquellos que los añoran y rinden culto a su legado. Porque también era eso París: culto y mitificación de aquello que fue. Hoy en día ya era cosa del pasado la explosión de los 'ismos'; el tango ya hace rato que llegó a París con Carlos Gardel; así como todos esos literatos que vinieron de todas las partes del mundo a escribir en y sobre París, como Cortázar, y su tan amada y arrebatadora Maga. También Sartre y Camus eran cosa de antes, y no de ahora. No, ahora ya sólo restan recuerdos, posos de grandezas. Hoy en día parecía a primera vista que los pensadores, pintores, literatos, artistas, a fin de cuentas, habían salido de sus escondrijos y se habían recluido en las tiendas, tiendas preciositas vendiendo arte a precios desorbitados, ahí es donde se cristalizaba la sacralización de esa gran explosión de cultura y belleza de principios de siglo XX. Eso era París, porque, pese a que quisiera, esta ciudad no habría podido escapar de la modernidad, dónde todo se compra y todo se vende, y lo demás carece de valor. Así pues, con la bohemia recluida en las tiendas, la ciudad suspiraba nostálgica. Sus turistas suspiraban apenados, anhelando volver a aquella época donde el consumo era cultural, donde había disputa y reunión, y arte y libertad, a ese París que es el que les habían vendido, él que nos habían vendido cuando oímos aquello de 'Siempre tendremos París'.

Pero no todo está perdido en este París del segundo milenio, no, aún queda algo, queda un remanente, quedan las librerías. Una profusión de librerías se extiende por cada barrio de París, libros de ocasión, precios tan bajos que resulta imposible no detenerte en casa puesto y deleitarte leyendo los títulos, buscando esa nueva novela que te haga vibrar. Palpita el pasado con fuerza en estas librerías, invitándote a creer que aún pueden existir esas ansias por el arte, que aún esta ciudad acoge a todos aquellos que vienen en busca de sí mismos, que vienen a ser artistas a la ciudad dónde eso es posible.

Sí, si algo hay barato en París eso son los libros. Aunque, quizás a parte de los museos, gratuitos para los jóvenes, esto sea lo único barato. No está mal, de todos modos, que al menos lo barato sean los libros y museos, la cultura, quizás sea este el homenaje más importante a la grandeza de París.

Por otro lado, si algo tiene de problemático esta ciudad es el invierno. Un libro y una caña, un libro y un café, sentarte en un terraza al calor de las estufas para contemplar el río de gente y relaciones que transcurre veloz ante tus ojos; no, imposible, demasiado caro. Seamos sinceros, la calle, los parques, los bancos, las aceras, la orilla del Sena, todo eso está bien, maravilloso incluso, para la primavera, para el verano, pero en invierno o bien lees en tu casa, o bien te dejas tus ahorros en un café de cualquier plaza, de cualquier esquina de París. Si hay algo que no entiendo es cómo la clase media puede vivir en París, si es que lo hace, los alquileres son carísimos, exagerados, y el simple hecho de tomar el metro o tomarse un café en un bar ya escapa de mi presupuesto semanal de España, el dinero que puedo gastar aquí en un día, allí necesitaría toda una semana para gastarlo, siguiendo el mismo ritmo de vida. Sí, quizás en esta capital se habló tanto como en las otras de la crisis, pero no es nada más que ello un tema de conversación sobre un hecho que pilla bien lejos, como hablar de una guerra lejana, no se siente la crisis en París, no se intuye en las calles, no ves jóvenes desempleados, ni los bares vacíos. En Madrid la crisis se siente, la crisis se ve en las calles, donde cada vez hay más bicis por la imposibilidad de coger el metro; la crisis se nota en tu grupo de amigos, donde hay siempre más de un parado, jóvenes, con estudios y sin empleo, pero aún nos brindan la posibilidad de divertirnos, cinco euros, cinco cañas y cinco tapas, y has hecho la noche, entre risas y desparpajo, de bar en bar, si, tal vez como si en esos momentos no hubiera crisis ni problemas, porque con cinco euros aún puedes vivir la ciudad.

Habrá que esperar al buen tiempo para disfrutar plenamente de París, los picnic a orillas del Sena, las lecturas a la sombra de Notre Dame, la guitarra en los Jardines de Luxemburgo. Quizás cuando el tiempo mejore París me ofrezca otra cara, me aleje de lo turístico y pueda sumergirme de lleno en la parte de la ciudad que no aparece en las guías. Pero mientras tanto temo que no queda otra que seguir añorando las cañas y las tapas de mi país; uno siempre añora su país cuando está lejos, aunque hasta que eso ocurre nunca se sabe muy bien qué será lo que más te falte. A mí me faltan las cañas bajo el sol tibio del invierno, en una terraza cualquiera, desde donde escuchar la algarabía de las ciudades espontáneas y ruidosas de España.

Habrá que esperar al buen tiempo para disfrutar plenamente de París, los picnic a orillas del Sena, las lecturas a la sombra de Notre Dame, la guitarra en los Jardines de Luxemburgo. Quizás cuando el tiempo mejore París me ofrezca otra cara, me aleje de lo turístico y pueda sumergirme de lleno en la parte de la ciudad que no aparece en las guías. Pero mientras tanto temo que no queda otra que seguir añorando las cañas y las tapas de mi país; uno siempre añora su país cuando está lejos, aunque hasta que eso ocurre nunca se sabe muy bien qué será lo que más te falte. A mí me faltan las cañas bajo el sol tibio del invierno, en una terraza cualquiera, desde donde escuchar la algarabía de las ciudades espontáneas y ruidosas de España.

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Nieves Meijide
Philisophe de profession et journaliste de vocation. Amoureuse du mot et de son pouvoir pour... En savoir plus sur cet auteur