Un nuevo presidente para Italia

André Forissier, Traducido por Maria Alejandra Paixão
18 Février 2015



Giorgio Napolitano, presidente de la república de Italia, renunció a su cargo el pasado 14 de enero después de haber estado más de nueve años al mando del país. La elección de su sucesor comenzó el día 29 de enero del 2015.


Credit André Forissier
Credit André Forissier
630 diputados, 315 senadores, 6 senadores vitalicios y 58 delegados regionales, todos reunidos en el Palazzo Montecitorio, son los que eligen al onceavo sucesor de Enrico de Nicola, primer presidente de la república italiana. La sala anterior al hemiciclo de la Cámara de Diputados se ve agitada por tratados y reuniones con motivo de la elección del nuevo jefe de Estado.
 

¿Qué balance para la presidencia de Napolitano?

Giorgio Napolitano esperó así hasta el 31 de diciembre del 2014, fin de la presidencia italiana del Consejo de la Unión Europea, para presentar su renuncia y abandonar el Palacio del Quirinal, en la colina mas alta de las siete colinas antiguas de Roma. Este venerable hombre, de 89 años, supo servir a su patria hasta el final; así, durante los últimos años, puso los intereses de la nación antes de los suyos. Si aceptó, muy a su pesar, de lanzarse en un segundo mandato al ver la amplitud y la gravedad de la crisis política italiana en el 2013, se esperó hasta que el país hubiera cumplido sus deberes con el continente, para luego abandonar el cargo político supremo del Bel Paese. Desde el momento de su reelección, prometió no cumplir sus siete años de mandato, sino quedarse hasta que el país saliera de su encrucijada. Promesa cumplida.
 
Durante los nueve años que estuvo en el Quirinal, Giorgio Napolitano pudo, según varios expertos, reforzar la influencia del jefe de Estado. Aunque los poderes del presidente italiano estén más limitados que los de su homólogo francés, su rol no es únicamente honorifico.
 

El 2 de junio de 1946, cuando el pueblo italiano decidió no renovar la monarquía – debido a su papel ambiguo con los fascistas –, los padres de la Constitución republicana redactaron un documento según el cual la toma de poder no podía hacerse por un solo hombre. Traumatizados después de la experiencia autócrata de Mussolini, hicieron con que las competencias del Parlamento y del presidente de la República se limiten. El Senado y la Cámara de Diputados tienen la misma cantidad de prerrogativas. Por lo tanto, Italia es un país bicameral paritario y, oficialmente, un sistema democrático casi perfecto.
 
El ex ocupante del Quirinal logró reforzar la autoridad moral y efectiva que acompañan su cargo. Fue él quien, en el 2011, influenció a Silvio Berlusconi a ceder su puesto de presidente del Concejo, cuando Italia estaba al borde del precipicio. Fue él también quien nombró al tecnócrata Mario Monti como reemplazante del Cavaliere en el Palazzo Chigi, residencia del jefe del gobierno. Este último incluso alcanzó a criticar la gran “ingerencia” (hecho de digerir fácilmente) de Giorgio Napolitano en relación a los temas del gobierno, en un país en el cual es el presidente del Concejo quien dirige la política del país.
 

Es por eso que el ambicioso Matteo Renzi, sucesor de Mario Monti y Enrico Letta, espera que se elija un “amigo” y alguien que no le haga mucha sombra a la hora de dirigir el país como crea conveniente. Esto no será tarea fácil. El partido mayoritario, el PD (Partido Democrático Italiano), tiene 415 puestos y electores. No basta con eso. Para estar seguro de obtener la victoria, tendría que contar con al menos 673 electores durante las tres primeras vueltas, y con 505 durante la cuarta vuelta. Para esto, serán necesarias alianzas. Y si algunos espectadores deciden no seguir las reglas de su partido, como fue el caso en el 2013, el voto corre el riesgo de convertirse en un psicodrama, siendo imposible la designación de un presidente para el país.

Cuando se habla del sucesor de Giorgio Napolitano, algunos nombres nos vienen a la mente. Los rumores dicen que Walter Veltroni, ex alcalde de Roma del 2001 al 2008, podría ocupar el puesto en el Quirinal. Al fin y al cabo, no sería más que la continuación de una trayectoria lógica. Después de haber ocupado durante siete años un puesto en el Capitolio,  el ex alcalde de Roma pasaría a establecerse en la otra colina del poder situada en la capital italiana. Otros, sin embargo, le apuestan a la elección de Romano Prodi, ex presidente de la Comisión Europea. Ambos tienen la ventaja de ser caciques del PD. Pero no hay que descartar otras sorpresas. El popular refrán, según el cual “quien entra papa, sale cardenal”, se aplicó en varias ocasiones a este escrutinio.
 

Un símbolo de la gerontocracia italiana

Giorgio Napolitano, elegido en el 2006, vivió todos los eventos del escenario político italiano desde el final de la Segunda Guerra Mundial. De tal manera, en 1945 se unió al Partido Comunista Italiano (PCI). A partir de ese instante, pasa a frecuentar los arcanos del poder y sube, lenta pero seguramente, los peldaños del sistema político del país. En 1953, es elegido diputado, y en 1956, integra el comité central del PCI. En 1989, obtiene un puesto en el Parlamento Europeo en Estrasburgo, para ser elegido Presidente de la Cámara de diputados tres años más tarde, puesto al que renunciará en 1994. Mientras tanto, en 1991, después del cambio de orientación del PCI en Boloña, se une al Partido Democrático de Izquierda (PDS) y abandona los ideales de la lucha del proletariado con el fin de acercarse al ala socio-demócrata. Se convierte en senador vitalicio, finalmente, en el 2005.

Este ex presidente es símbolo latente del mal que azota a Italia. La clase política no se renueva, lo que hace que el promedio de edad sea bastante elevado. Durante sesenta y dos años, Giorgio Napolitano logró ejercer los más altos cargos mientras dirigía el país, y al momento de su renuncia, era el tercer jefe de Estado más viejo del mundo ejerciendo aun su cargo. Su caso no es un epifenómeno, y la lista es larga. Cuando Giulio Andreotti falleció, en mayo del 2013, tenía 94 años y aun ocupaba el cargo de senador vitalicio en el palacio Madame. Éste comenzó a formar parte del gobierno en 1954, y desde ese entonces no dejó de ejercer una cierta influencia sobre el Bel Paese. Giancarlo Gentilini, ex alcalde de Trevisa, tenía 83 años cuando fue derrotado en las elecciones municipales de 2013.
 

Giampaolo Visetti, famoso periodista italiano, resaltó este problema con fervor en Ex Italia il paese che non sa più chi è (Ex Italia, el país que ya no sabe quién es). Pocos jóvenes se meten en la política, y el porcentaje de alcaldes y parlamentarios con menos de cuarenta años representa uno de los números más bajos de Europa. Incluso, las instituciones parecen querer alejar las nuevas generaciones de la política. Por ejemplo, es necesario tener al menos veinticinco años para elegir un senador, y para convertirse en uno, hay incluso que alcanzar la cuarentena. Los presidentes necesitan haber alcanzado los cincuenta años.
 
Con esto, Italia no parece estar lista para afrontar su renovación política.
 

Notez