La guerrilla gardening: las hortalizas invaden el asfalto

Mathilde Grenod, traducido por Fanny Lutaud
29 Juillet 2015



El impacto de la comida basura y la escasez de las leguminosas en las zonas urbanas acabaron con la paciencia de muchos ciudadanos del mundo. Desde hace ya unos años, los justicieros del huerto se han lanzado a una guerra despiadada contra los desastres dietéticos del siglo XXI, mediante la guerrilla gardening.


Crédito: audioboom.com
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El pasado 25 de mayo, en un parque del barrio de Köpenick, la policía de Berlín descubrió unas 700 plantas de cannabis cultivadas de manera ilegal. Estos cultivos silvestres (e ilegales en este caso) en los espacios verdes públicos ponen en tela de juicio la situación: ¿podría tratarse de la guerrilla gardening?

El principio es rudimentario: consiste en cultivar sus propias frutas y hortalizas. Sin embargo, su aspecto desorganizado es lo que hace que la guerrilla gardening sea tan atractiva y hoy tenga tanto éxito. Desde su forma más sofisticada como los “community gardens”, donde los vecinos y amigos se reúnen para cultivar sus leguminosas; hasta las franjas de tierra a lo largo de las calzadas, los espacios verdes en las zonas urbanas se han convertido en un campo de juego para los adeptos de este concepto centenario.

De la práctica agrícola al concepto anárquico

En efecto, la guerrilla gardening es más antigua de lo que se cree. Richard Reynolds, un famoso jardinero guerrillero británico, afirma en su libro On Guerilla Gardening, que el concepto existe desde hace más de 360 años. Sin embargo fue en los años 1970 que el concepto se consolidó fuertemente e invadió el asfalto de las calles de las grandes metrópolis. En los últimos diez años, el fenómeno se ha revolucionado y hoy en día causa furor, sobre todo como reacción a las devastaciones de la comida basura y las prácticas agroalimentarias que son dañinas para la salud.

Ron Finley decidió que la guerrilla gardening sería su combate. Los medios le dieron el patronímico de “leyenda” del movimiento a este estadounidense originario de un barrio sensible de Los Ángeles. Aunque parezca que quiere alejarse de este papel de líder, Ron Finley afirma alto y fuerte que es esencial que los ciudadanos tomen las armas (sus palas y picos) y cultiven sus cosechas.

Hace poco más de cinco años, el cuadragenario, cansado de observar los desastres de la comida basura y la plaga de la obesidad mórbida así como la sustitución de las bicis por los scooters eléctricos, decidió lanzar su propia “eco-volución”. A pesar de que la actividad esté prohibida y sea considerada como ilegal por la administración de su ciudad, Finley y su asociación LA Green Ground finalmente consiguieron salvar el proyecto gracias a una petición de la que se habló mucho. Pudieron así despertar las conciencias y cultivar sus hortalizas sobre algunas partes de las aceras.

Una “eco-volución” con inconvenientes urbanos

Crédito: speakerdata.S3
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A través de este activismo ecológico se destaca un objetivo bien definido: permitir que cada uno pueda acceder a los placeres de la autosuficiencia. Para Finley “cultivar su propia comida, es como imprimir su propia moneda”. Sin embargo, los jardineros guerrilleros aspiran a mayores éxitos. En efecto, ellos creen que la jardinería tiene un efecto terapéutico. Por medio de la jardinería se les enseña a las nuevas generaciones, víctimas de los precios bajos de las comidas rápidas desde la infancia, los beneficios del equilibrio alimentario y del consumo de productos biológicos.

Según los jardineros guerrilleros, la community gardening introduce un sentimiento de comunidad en los barrios, de intercambio entre vecinos y aficionados del huerto para una buena causa, en estos espacios que Finley llama los “desiertos de comida”. Lo menciona durante su aparición en un TedTalk : “¡No tengo miedo que la gente robe mis hortalizas, por eso están en la calle!”.

Las redes de guerrilla gardening permiten plantear la cuestión de la falta de espacio en las zonas urbanas y sobre todo de espacios verdes. El fenómeno de sobrepoblación y de pauperización de los suburbios periféricos de las grandes ciudades es un problema cada vez mayor, y más o menos grave en ciertas metrópolis, que los guerrilleros del rastrillo intentan resolver a su escala.

Es cierto que la guerrilla gardening ha progresado a un ritmo considerable estos diez últimos años a causa de su triste contemporaneidad: vive en su época, en la que es más barato comer en McDonald’s que consumir cinco frutas y hortalizas al día. A lo mejor es por eso que se encuentran jardineros guerrilleros en todos los continentes. Hoy en día, los criminales del huerto forman un ejército a nivel internacional, de Londres a San Pablo, pasando por Toronto y Estambul, e intentan que la comida del día a día sea un poco más sana y colorida.

Algunos consideran estas cosechas silvestres como la consecuencia directa de una sociedad que ya no obedece a la regla de vivir juntos, mientras que otros piensan que son indispensables. Mucho más que un camino hacia la gratuidad, la guerrilla gardening “trata de utilizar la tierra como una tela para expresar su arte”. Ron Finley lo dice, “la gratuidad no es duradera”.

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