Desde el comienzo de la guerra civil en Siria, la comunidad internacional ha señalado, directa e indirectamente a Bashar al-Asad como responsable. Como lo afirma el ministro francés de Relaciones Exteriores en un discurso en Nueva York, el 27 de septiembre del 2014, “Al instrumentalizarlo para detener a los que querían cambiar el régimen, éste convirtió al grupo en lo que hoy es”. En efecto, una vez que la oposición siria se organizó de manera pacífica para luchar contra el régimen, Bashar al-Asad liberó a varios islamistas radicales, hoy en día actores clave de grupos yihadistas como Al-Nesra o la misma organización del EI.
De la misma manera, y más indirectamente, el régimen favoreció el desarrollo de esta organización, con el vacío político creado por la guerra civil. Hay que resaltar la falta de acción militar de las autoridades contra los grupos islámicos, al igual que la complacencia en relación al contrabando de petróleo proveniente de las zonas controladas por dicha organización (valle del río Eufrates), sabiendo que es una fuente financiera importante para la organización.
En este proceso, la intención de Bashar al-Asad era clara: desestabilizar su propio país y radicalizar la oposición con el fin de sentar su legitimidad a nivel internacional, presentándose como el único amparo contra el terrorismo en el país. Sin embargo, es evidente que estos hechos aceleraron ampliamente el crecimiento del EI; el grupo logró crear un soporte regional importante desde el año 2003.
La guerra en Irak y la creación del EI
Irak es un país mayoritariamente musulmán, entre los cuales 17% son sunitas y 77% son chiitas. Desde el año 2003, esta diferencia fue exacerbada por la intervención extranjera en el país y por la instauración de dos gobiernos temporal y transitorio, en 2004 y 2005 respectivamente. En efecto, el presidente chiita Ibrahim al-Jafaari llevó a cabo una política de sectarismo, excluyendo a la minoría sunita de la vida política del país. Por ejemplo, ningún ministro sunita fue nombrado para cargos estratégicos como la Defensa, el Interior o las Relaciones Exteriores. A cambio, fueron nombrados para cargos de protocolo sin ningún impacto real en la política del país. Paralelamente, en el momento del desmantelamiento de la armada de Sadam Husein, varios oficiales y sub-oficiales se unieron a las fuerzas rebeldes sunitas. Hoy en día, varios ocupan puestos claves en la organización del EI, el cual sigue una estructura mayoritariamente iraquí.
Además de movilizarse contra el poder chiita, la oposición se organizó en el país para luchar contra la presencia extranjera. En Irak, la creación de Al-Qaeda fue motivada por la idea de combatir la presencia occidental en la región. En 2006, con la muerte del líder Abu Musad Al-Zarqawi, el grupo adopta una postura violenta aún más marcada. De la misma forma, el liderazgo se disputa entre el nuevo líder oficial, Abu Hamza al Muhajir y Al-Baghadi, quien anuncia, ese mismo año, la creación del EI. Este nuevo grupo, compuesto principalmente por antiguos miembros de Al Qaeda en Irak, marca una divergencia de punto de vista entre la nueva generación yihadista y la dirección ideológica de Al Qaeda. En efecto, el objetivo de Al-Baghadi es más territorial, y él dirige, ante todo, su lucha contra los poderes chiitas iraquí y sirio. En el 2007, anuncia que “Al Qaeda en Irak ya no existe”.
La complacencia de los países del golfo pérsico
Esta rivalidad entre sunitas y chiitas va más allá de las fronteras iraquíes y sirias y afecta las alianzas políticas de todo el Medio Oriente. Esta situación entra, de por sí, en una dinámica que algunos llaman “la nueva guerra fría” entre Irán, mayoritariamente chiita, y Arabia Saudí, mayoritariamente sunita. En este contexto, la implicación de los países del Golfo en el financiamiento de los grupos islamistas en Siria e Irak no es más que la participación por correspondencia a una guerra contra Irán.
Si Kuwait, Bahréin y Abu Dabi se conocen por estar a favor de estos grupos, Arabia Saudí es, sin lugar a dudas, el país que más soporte financiero, político y militar les otorga. En efecto, después de la caída de Sadam Husein, el régimen saudí jamás aceptó el régimen chiita iraquí por sospechas de una influencia directa de Irán en la política iraquí. Paralelamente, las aspiraciones democráticas del Medio Oriente, al ganar importancia después de la Primavera Árabe, amenazan directamente la sobrevivencia política de la familia real saudí, la cual instaura políticas radicales aplicando una interpretación fundamentalista del Islam en el país. En este sentido, el financiamiento de los grupos islamistas más reactivos y contestatarios es un medio, para el poder saudí, de asegurar su longevidad y de luchar contra los regímenes chiitas de la región. La complacencia de Turquía frente al EI es, por lo tanto, un medio de luchar contra dicho riesgo independentista.
El papel ambiguo de Turquía
En lo que se refiere a Turquía, si se separó del régimen de Bashar al-Asad en el 2011 y desea la desestabilización del régimen actual, su mayor preocupación tiene que ver con la cuestión kurda. En efecto, 16% de la población del país es kurda y está principalmente situada al sureste del país, en la frontera con Siria. Sin embargo, esta población no es reconocida por el poder, quien la ha tratado como una minoría turca, siendo los kurdos descendientes del pueblo iraní. Durante la guerra civil en Siria, los kurdos, representando el 9% de la población, adoptaron el lado de la oposición con un objetivo nacionalista y de autonomía territorial. Este ejemplo podría influir importantemente el movimiento independentista kurdo de Turquía.
La complacencia de Turquía ante el EI es, por lo tanto, una forma de luchar contra este riesgo independentista. Si bien el gobierno siempre ha negado cualquier apoyo a este grupo terrorista, se ha comprobado que el MIT (servicio turco de información), participó al desarrollo de éste. En efecto, desde el comienzo del conflicto sirio, no se efectuó ningún tipo de control en relación a los candidatos yihadistas europeos y rusos afluentes en Turquía.
Algunos combatientes yihadistas fueron recibidos en los hospitales turcos fronterizos, y el contrabando de armas hacia el EI no provocó más que una ligera preocupación.
Finalmente, el EI aprovechó el contexto de una región debilitada y dividida por diferentes interpretaciones del Islam, de la presencia y las intervenciones extranjeras, del manejo político de las minorías, y sobre todo de la voluntad de varios políticos de concentrarse en su propia sobrevivencia política a costa de la estabilización de la región. Todos estos elementos tuvieron un rol activo en la creación de un nuevo tipo de movimiento yihadista, representando una auténtica amenaza para toda la región.