Camboya: entendiendo la sociedad post-Jemeres rojos

Octavie Maurel, traducido por Brenda Orozco
21 Juillet 2015



Después de cuarenta años del genocidio de los Jemeres rojos, a los camboyanos les cuesta imaginarse su futuro. Cuatro años fueron suficientes para el régimen de la Kampuchea Democrática para erradicar más del 20% de la población camboyana. Hoy, el 65% de los camboyanos tiene menos de 30 años. Este pueblo que se caracteriza por su juventud, quiere ser más consciente de la situación y ansía prosperidad. Sin embargo, la estabilidad de su futuro es cuestionada por la compleja y profunda relación que tienen con su historia.


Créditos Nicolas Malinowski
Créditos Nicolas Malinowski
Los Jemeres rojos, régimen comunista de inspiración maoísta-leninista, ocuparon Camboya a finales de los años 1970 bajo el liderazgo de Pol Pot. Los camboyanos están ansiosos de que su país se vuelva económicamente atractivo gracias al desarrollo del cultivo de arroz. Esta ideología ha causado la muerte a 1,7 millones de personas, víctimas de trabajos forzados y de ejecuciones arbitrarias.

A pesar de la efervescencia de los mercados, el olor a comida que invade las callecitas y las risas de los jóvenes camboyanos que se oyen en las avenidas, la depresión es palpable en Phnom Penh. Dicha ciudad es el escenario de la ascensión al poder de los Jemeres rojos hace 40 años y guarda todavía las huellas de la brutalidad del régimen de la Kampuchea.

Créditos Nicolas Malinowski
Créditos Nicolas Malinowski
En el centro de la ciudad se encuentra un edificio parecido a un instituto. Este antiguo lugar de enseñanza y aprendizaje no volverá a acoger a colegiales en camisetas blancas. En 1975, el Partido Comunista de Kampuchea lo transformó en prisión, el suelo aún lleva marcas de sangre. A unos 17 kilómetros al sur de Phnom Penh, se erige el campo de exterminación de Choeung Ek. Lejos de la fanfarria causada por el ronroneo de los ciclomotores, el silencio resuena. Aquí, 17 000 personas perecieron en manos de torturadores.

El murmullo de un pasado sombrío resuena entre el ruido de las calles de la capital. A pesar de todo, la mirada penetrante de los camboyanos parece incrustarse en el porvenir sin detenerse en un recuerdo.

Los camboyanos no solo tuvieron que llorar por la muerte de su gente sino que también han tenido que sufrir las consecuencias culturales del gobierno rojo, que son deplorables. La ambición principal de los miembros del régimen era erradicar a los intelectuales que no compartían su misma visión, esto era el peligro principal de los regímenes totalitarios. Después de haber desterrado la cultura de su propio país, los Jemeres rojos destruyeron la esperanza de una visión alternativa de la sociedad imponiendo su única filosofía. Reprimieron con actos sangrientos a los espíritus que se atrevían a pensar de forma diferente.

Después del derrocamiento de Kampuchea en 1979, el número de personas instruidas se redujo considerablemente. La enseñanza del genocidio no pudo ser compartida en las aulas de las escuelas hasta el 2010. La cuestión de saber cómo y en qué dirección puede avanzar un pueblo, cuyos orígenes siguen siendo incomprendidos, es lancinante.

Economía prometedora orientada al exterior

Créditos Nicolas Malinowski
Créditos Nicolas Malinowski
Camboya no tardó en medir el impacto benéfico de una política exterior atractiva. Por esto, la obtención de una visa de trabajo se volvió una banalidad. El gobierno camboyano facilita el comercio y recibe con los brazos abiertos a inversores extranjeros. Esta política permisiva dio frutos: desde los años 1990, el país no ha dejado de tener un crecimiento de dos dígitos. Esto no cambia el hecho de que el 31% de la población camboyana vivía todavía bajo el umbral de la pobreza en 2007, según un estudio de la ONU. A pesar de tener una tasa de paro muy baja, que se acerca a un 3,5%, la presencia de trabajadores pobres y la repartición desigual de riquezas son lamentables.

La sociedad camboyana aún sufre grandes desequilibrios. Los Jemeres rojos dejaron en su paso numerosos huérfanos y ciudadanos traumados, que ahora deben ser reintegrados. La disparidad más grande reside en la brecha que separa a los ciudadanos de los habitantes de zonas rurales, donde viven la mayor parte de los camboyanos. Mientras que la pobreza se redujo un 60% en Phnom Penh, en el campo sólo se redujo un 22%. El gobierno también expropió a los habitantes de sus terrenos agrícolas, para el beneficio de empresarios privados, dejando a muchos agricultores sin tierras. En un país 85% rural, la inmensa mayoría de los camboyanos se esfuerza por hacerse escuchar, en un contexto donde el interés de los adinerados se confunde con el de los gobernantes.

La persistencia y la longevidad de esas desigualdades representan una amenaza inminente para la estabilidad, recientemente adquirida, de la sociedad camboyana. El equilibrio del régimen debe perdurar gracias a la promoción de los derechos humanos. Camboya es hoy testigo de esos avances: goza de elecciones libres, la pena de muerte fue abolida en 1989 y la difamación ya no es considerada como un delito. Pero la posibilidad de desarrollarse individualmente sigue viéndose obstaculizada por la desconsideración de la identidad y de las raíces de los camboyanos. Hoy por hoy, recrear su propio fermento es la aspiración principal de la nueva generación. La lucha contra la amnesia histórica permite sensibilizar a la juventud camboyana y hacer que cuente con todos los elementos para que ose expresar sus sentimientos.

Un trabajo de memoria

Por lo tanto, un trabajo de memoria es indispensable para la reconciliación nacional. Las organizaciones no gubernamentales se sustituyen por la insuficiencia de formaciones jurídicas, debido a la desaparición de numerosos intelectuales durante los años 1970. Se crearon 2 099 ONG en Camboya en 10 años, según un censo elaborado por la Cooperation Comittee of Cambodia en 2011. Con la ayuda de exposiciones y de debates, promueven el aprendizaje del pasado. Mientras que algunos textos de leyes carecen de transparencia y de legibilidad, algunas organizaciones no gubernamentales como Destination Justice, se encargan de valorizar la comprensión de sus derechos a los ojos de los camboyanos. La creación de un Estado de derecho se debe hacer comúnmente con una toma de consciencia de los ciudadanos sobre sus prerrogativas.

Según un guarda de caza, en el bosque de Bokor, al suroeste de Camboya, todavía se pueden encontrar unos cuantos tigres y leopardos. Generalmente esto aterroriza a la gente que teme encontrarse cara a cara con uno de estos felinos. Pero la sorpresa no es la que creemos. En realidad, nos topamos con grandes superficies deforestadas y rodeadas de complejos turísticos. No hay animales salvajes en el horizonte, sino bloques de cemento por aquí y por allá, adaptándose a la maleza.

El gobierno no pone límite a la inversión, ya sea turística, industrial, de origen nacional o extranjera. Esta complacencia sobre todo es llevada a cabo en detrimento de un patrimonio cultural, biológico y medio ambiental. La ausencia de homogeneidad arquitectural refleja una brecha en la profundización de la reflexión sobre las políticas de urbanización. He aquí la paradoja de la sociedad camboyana: ¿cómo preservar una herencia cultural y patrimonial sin tener consciencia de su riqueza? También se sienten los tormentos del régimen de los Jemeres rojos. Al arrancarle al pueblo jemer su cultura, Kampuchea hizo que los camboyanos se enfocaran en el porvenir… En detrimento del entendimiento de sus raíces.

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