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Aunque es asimilada al funambulismo, la slackline se distingue claramente de ello porque para practicar slackline hace falta una cinta elástica en lugar de un cable metálico estático para un cruce equilibrado. Aunque el origen de este deporte es vago, se dice que la actividad nació en California cuando los surfistas buscaban un ejercicio de equilibrio en periodos de pocas olas. En los años 80, los escaladores de Yosemite adoptaron esta práctica mezclándola con la escalada.
La slackline estaba reservada a algunos deportistas puristas ansiosos de mejorar su equilibrio. Pero frente al deseo creciente de descubrir esta actividad en boga y de perfeccionarse, la práctica se construyó en torno a asociaciones y han nacido concursos. La anchura de la cinta puede variar entre 2,5 y 5 centímetros según los diferentes modelos. Aunque los primeros pasos sobre una slackline siempre son laboriosos, el progreso hacia la fuerza de perseverancia es rápido. Muy prontamente se puede pasar a longitudes más grandes y a trucos más complejos.
Una práctica lúdica en boga
El secreto de la slackline se sitúa en su capacidad de instalarse en cualquier lugar - o casi - y muy rápidamente. Basta encontrar dos puntos fijos suficientemente sólidos para soportar la tensión y después lo único que queda por hacer es expresarse. Uno no puede hartarse nunca de practicarla porque puede cambiar el emplazamiento de la cinta como lo quiera. La ventaja es que es muy móvil y la práctica puede variarse con la diversidad del entorno y del equipamiento: shortline, longline, trickline, highline, waterline.
Siempre existen nuevas sensaciones por explorar. Accesible para todos sin prerrequisitos, la slackline reúne en la convivencia. En familia o entre amigos, es una buena forma de compartir un momento agradable y relajarse. La slackline también es una ocasión de hacer nuevas amistades e intercambiar. Los curiosos se detienen para ver y los más temerarios preguntan si pueden probarla. Benjamin, miembro de Ekilibre Valencia, se alegra de que “cada vez más gente se une a nuestra asociación, la slackline atrae a muchas personas porque es un concepto nuevo, es fun y accesible para todos”. También resulta que además de ser una actividad divertida, la slackline es muy beneficiosa para el cuerpo y para la salud. A parte el desarrollo del equilibrio, refuerza la musculatura abdominal y dorsal y las partes inferiores del cuerpo. Por eso, desde hace poco esta práctica se usa en kinesiterapia para el fortalecimiento de la propiocepción y el refuerzo muscular.
Un buen ejercicio de meditación
Una vez sobre la cinta, es indispensable entrar en su burbuja. La mente debe estar totalmente enfocada en el objetivo: recorrer la cinta. Las oscilaciones del espíritu se reflejan en la cinta. Por consiguiente, es necesario vaciarse y ser uno con la cinta. Si la atención deambula hacia cualquier pensamiento, el riesgo de caída aumenta. Este estado mental se asemeja a la meditación. Entre otras cosas, la slackline permite desarrollar su capacidad de concentrarse. Todos los expertos de la disciplina y especialmente aquellos que practican la highline buscan esta sensación regocijante: estar en simbiosis con su entorno. Benjamin relata: “la highline me procura sensaciones inexplicables. Es la sensación de volar, el deseo de ponerse a prueba psicológicamente y físicamente, es un deporte muy espiritual. También está la búsqueda de adrenalina, pero per se no hay nada que temer si respetamos todas las consignas de seguridad.”
Aunque es una actividad muy impresionante, en realidad es muy segura y el único accidente vinculado a esta práctica ocurrió en Eslovenia en 2011, debido al desconocimiento de la slackline, una actividad aún joven entonces. Para Benjamin, “hay que reflexionar en cuanto a la preparación de la línea pero ser irreflexivo una vez sobre la cinta. Hay que desconectar el cerebro, todo se juega en la cabeza”.
Léo Raguet, miembro de Ekilibre Lyon, añade: “pasando sobre la highline no se olvida nunca el miedo al vacío, el objetivo es continuar con este miedo, aceptándolo. Tiene que estar suficientemente presente para que uno luche en caso de dificultad para quedarse de pie sobre la cinta, pero no debe nunca subyugarnos o paralizarnos hasta el punto de que no podamos continuar. Este miedo es un pequeño plus que nos mantiene más vigorosos y reactivos de lo que estaríamos normalmente. Aceptar este miedo es lo más importante sobre la highline, es lo que hace llorar, es lo que procura más sensaciones… Caminar sobre la cinta bajando los ojos para ver el suelo 300 m más abajo.”
Los Flying Frenchies, pioneros e innovadores
Detrás del nombre un poco bárbaro de los Flying Frenchies se esconde un grupo de deportistas del extremo y artistas que desafían la ley de la gravedad y quienes, entre el miedo y la admiración, inspiran respeto. Aparecen en “I believe I can fly” y en el “Pequeño Autobús Rojo”, dos películas realizadas por Sébastien Montaz que han contribuido al progreso de la práctica de la slackline. Estas películas relatan, entre otras cosas, lo audacia de Tancrede Mellet y Julien Millot, dos ex ingenieros que decidieron abandonar todo para vivir su pasión. Expanden cada vez más los límites de la mente, mezclando highline con base jump o haciendo cruces solos sin medidas de aseguramiento.
Su imaginación se limita únicamente a su entorno. Recién se hablaba de ellos cuando pusieron una cinta entre dos globos aerostáticos y, además, entre dos teleféricos. Los Flying Frenchies reúnen a deportistas, artistas y músicos en una mezcla sorprendente. Así como el payaso del personaje de Anicet Leon, quien añade a sus películas un toque de risa, un sentido de auto-ironía y marca un enfoque sin complejos de este entorno tan aterrador que representa el vacío. Pero no se deje engañar – esos son profesionales y sus acrobacias han sido estudiadas cuidadosamente. En slackline, entre el equilibrio y la caída solamente hay algunos centímetros… Así, se puede nutrir el sueño de Ícaro.