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Entre finales de diciembre y principios de enero, ocurrieron numerosos incidentes en los servicios de urgencias británicos. Tiempos de espera interminables, operaciones canceladas y falta de camas, todo esto acompasó la rutina del personal de salud. Cerca de 21’000 personas esperaron más de 12 horas en camillas antes de ser atendidas. En la sala de emergencias reinaba una verdadera atmósfera de caos; algunos pacientes vomitaban en las salas de espera y otros no se atrevían a entrar por miedo a ser infectados. Ante esta situación, los enfermeros y los médicos se sentían desconcertados y lo hicieron saber. En particular, denunciaron la presión que pesaba sobre sus hombros, pues los pacientes y los casos que debían tratar eran muy diferentes unos de otros. Así pues, se les dificultaba gestionar todo al mismo tiempo. Durante las fiestas, en muchos servicios de urgencias se hicieron llamados a los médicos y enfermeros en descanso. Algunos hospitales incluso utilizaron las redes sociales, como Twitter, para movilizar al mayor número de miembros del personal médico.
¿Cómo explicar este mal funcionamiento?
En Gran Bretaña, las salas de emergencias y los hospitales no sólo se llenan durante el periodo de las fiestas decembrinas. Se plantea un serio problema de salud pública en el país, ligado en gran parte al envejecimiento de la población. En efecto, las personas mayores son las que más probabilidades tienen de enfermarse, de necesitar atención médica o un seguimiento intensivo. También constituyen la mayoría de los llamados “bedblockers”, es decir los pacientes que se quedan en el hospital y por consiguiente “bloquean camas”, cuando en realidad podrían regresar a sus casas. En general, estos pacientes necesitan un seguimiento regular y cuidados que se les aplican varias veces al día, por lo que es más ventajoso que permanezcan en el hospital. Por su parte, los establecimientos especializados para las personas mayores están superpoblados, así que muy pocos pacientes pueden ser enviados allí. Se cree que por esta razón, cerca del 10% de las camas están “bloqueadas” hoy en día en los hospitales británicos, un fenómeno que no deja de empeorar con los recortes presupuestales que se llevan a cabo en el país y disminuyen la posibilidad de atender a los pacientes en sus propias casas.
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Más allá del problema del envejecimiento de la población
Ir directamente al médico es un trámite que los enfermos hacen cada vez menos, por culpa del tiempo de espera necesario para obtener una cita. Así pues, muchas personas se dirigen directamente a emergencias, por lo que varios hospitales han tenido que apostar a médicos ya desde las puertas de entrada para que hagan una primera clasificación de los pacientes. De igual manera, algunos especialistas explican que cada vez tenemos más tendencia a ir a una consulta médica nada más sentir un pequeño dolor, sin ser siempre justificado. Finalmente, todo el mundo concuerda que una de las mayores causas del mal funcionamiento del sistema público de salud está relacionado con la manera como se administra éste último.
Del millón de personas que llaman al mes al número de urgencias de la NHS (el 111), al 17% se les envía una ambulancia o se les informa que deben ir a la sala de emergencias. Esta cifra considerable –y desproporcionada en relación a lo que debería ser en realidad- se explica por el hecho de que los empleados que responden al teléfono siguen una guía que les indica precisamente lo que deben hacer según los síntomas declarados, y a veces en detrimento del sentido común. Y es que los empleados del servicio de información del NHS no pertenecen para nada al mundo médico y sólo reciben una formación de pocas semanas antes de tomar posesión de sus cargos. Antiguamente, el servicio de información NHS Direct contaba con enfermeros encargados de contestar el teléfono. Sin embargo, el NHS 111 parece haber sido implantado con el propósito de ahorrar, ya que los empleados sin formación médica cobran un salario más bajo que los enfermeros. Por su parte, los pacientes se quejan de las llamadas que no son respondidas, de los tiempos de espera y también de la dificultad para obtener información precisa.
Por otro lado, los empleados denuncian un trabajo frustrante y lejos de ser siempre eficaz. Puesto que no tienen verdaderos conocimientos médicos, puede que le envíen una ambulancia a un paciente que padece dolores de pecho, cuando en realidad podría estar sufriendo de dolores musculares o de ardor estomacal. Un diagnóstico que un enfermero hubiera podido establecer sin dificultad por teléfono haciendo las preguntas adecuadas.
El sistema público de salud británico está, hoy en día, a punto de hacer implosión, pues presenta innumerables fragilidades y disfuncionamientos. Todos los pacientes, médicos, enfermeros y empleados de la NHS concuerdan con que es necesario hacer cambios. Todavía está por verse si esto influenciará a los diferentes partidos británicos cuando las elecciones generales se lleven a cabo este año en el país…