Credit Salomé Ietter
Al escapar tres semanas del invierno canadiense, pude senti el cambio total de ambiente desde el aterrizaje en Cuzco; primero en la temperatura y en el corazón que late al ritmo de un aire menos oxigenado, luego en la mirada a partir del momento en el que he corrido mis cortinas el día siguiente a mi llegada. Allí, hay que olvidarse del aliento. Rodeada por montañas, la ciudad crece al ritmo de sus curvas. Se adapta, igualmente, a las ruinas incas, que se jactan de su peso, el cual se evalúa por toneladas. Esto nos da un paisaje mixto: una parte moderna que sobresale por encima de la perfección del rompecabezas de las piedras incas, que fueron casi indestructibles para los colonos del siglo XVI. Si bien la alianza de la influencia española y la de civilizaciones precolombinas e incas se pone claramente de manifiesto por todas partes de la ciudad, existe hoy una tercera dimensión a este sincretismo: el turismo. La Plaza de Armas es el lugar que caracteriza dicho fenómeno.
Bastante internacional, esta ciudad dispone de un conjunto de compañías, que no obstante tienen que responder a normas sobre las presentaciones visuales. De este modo, el eterno McDonalds está caracterizado por una M negra, sobria y discreta. En cualquier caso - y lo descubro muy rápidamente - no hace falta la comida rápida: el Perú rebosa de delicias culinarias. Los golosos, los paladares refinados y los glotones pueden disfrutar al máximo, por unos precios que, para mi monedero de europea, son irrisorios.
La coca es una de sus riquezas y también un magnífico aliado contra el mal de altura. Todos los días en el desayuno la gente toma su mate de coca, un verdadero símbolo. Hoy en día, es también un verdadero combate. Si durante un control rutinario en el aeropuerto se le sorprende traficando té de coca (¡inconscientemente!), hay fuertes probabilidades de que le suceda lo que ya ocurrió con unos turistas en Ginebra: eliminación de dichos paquetes, una multa muy elevada, pero también un análisis de orina. En efecto, la coca sufre de una percepción extremadamente negativa. Recordemos que el único importador legal de hojas de coca en los Estados Unidos es Coca-Cola. Pero recordemos también que la hoja de coca en sí no puede en lo absoluto ser considerada como una droga. Si bien tiene propiedades, como todo lo que es producido por la naturaleza, me causa los mismos efectos que los de una infusión de menta del huerto de mi madre en mi región natal de Bresse. Sin embargo, a causa de su utilización en la fabricación de cocaína, esta pobre plantita está incriminada, rechazada por todos; por muy hipócrita que esto pueda parecer cuando vemos la notoriedad de la gaseosa más consumida en el mundo.
Así, mi cuerpo va acostumbrando a los 3 400 metros de altitud (¿Gracias a la coca?), y cada rincón de cada calle me abre paso hacia la exploración. Aquí, no buscamos las cosas, la dejamos venir hacia nosotros. Coger un taxi, adentrarse en calles pavimentadas de sentido único, polvorientas a pesar de la estación de lluvias, y cerrar los ojos ante la conducción impetuosa e irrespetuosa del chofer. Aquí, olvídese el respeto a los (escasos) semáforos o la cortesía de dejar pasar un cochecito. Ya porque cochecitos, hay pocos, dada la anchura irrisoria de la acera. De hecho, las bocinas forman parte del ambiente acústico de la ciudad, y acabamos por habituarnos. Es incluso un poco trise no oírlos, después. A pesar de esto, hay pocos accidentes. ¿Será debido a la capacidad de respuesta a toda prueba, usando el freno y el acelerador sin prestar ninguna atención al despilfarro de gasolina, o más bien a la presencia de representaciones religiosas en todos los taxis? ¡Misterio!
Al andar por las carreteras, alejándonos un poco del centro de la ciudad donde los lugares destinados a los turistas exasperan (un poco) y donde los mendigos le solicitan (pero no mucho), descubrimos los “suburbios”, el lugar donde las carreteras ya no son pavimentadas, donde no se recoge la basura, donde los perros vagabundos son los guardianes de este territorio que me parece de otro mundo. No obstante, la gente que encontré allí lleva una vida simple, lejos de mis preocupaciones, y no parecen infelices por ello. Pero están desafortunadamente lejos de algunos problemas acentuados por el desarrollo económico. La idea del desarrollo no está mal, pero su realización se hace de cualquier manera y en cualquier orden. La sensibilización y la puesta en marcha de medidas para la recogida de basuras poluyendo los ríos, y más generalmente, el medio ambiente, no constituye visiblemente una prioridad del desarrollo económico y turístico.
Una fábrica que encontramos en el camino en dirección de Chinchero es prueba de la inserción de fertilizantes químicos en una agricultura antes natural, limpia y también cosechada con el sudor de la frente de los trabajadores, que obran en equipos con bueyes y mulas, los cuales cruzamos a lo largo de las carreteras. Así un John Deere verde intenso en un pueblo perdido en medio de ninguna parte haya llamado mi atención, los tractores, siendo todavía muy caros, no tienen el monopolio,. Justo después del turismo, la agricultura y la minería constituyen el motor de la economía peruana.
Así, Cuzco permite observar esta extraña mezcla de civilizaciones antiguas, turistas, población local, comunidades rurales, naturaleza y desarrollo. Una ciudad que nunca se detiene, que se inscribe en el pasado y en el presente, sin por el momento parecer preocupada con el futuro. Una ciudad que refleja la debilidad del desarrollo y que aplaza los problemas que, tarde o temprano y sin importar lo que se haga, tendrán que resolverse.
El Valle Sagrado, lleno de historia y de misterios
Alejarse de Cuzco permite descubrir otras historias, pero también otros paisajes. A lo largo del Valle Sagrado, varias paradas se presentan ante nosotros. El centro de investigación agronómico Inca Moray, cuyas terrazas circulares se burlan de la agricultura clásica, refleja una época en la cual la investigación agronómica ya estaba en su punto culminante, buscando las temperaturas óptimas para los diferentes cultivos de maíz, patatas y cereales. Las salineras de Maras, no muy lejos de aquí, ofrecen por su parte el paisaje sorprendente de más de 5 000 piscinas en la ladera de una montaña, donde el agua se llena de sal antes de verterse en estas salineras. Chinchero nos da la oportunidad de descubrir la fabricación de los productos textiles, desde el lavado de la lana de alpaca, mediante el uso de una raíz-jabón natural, hasta el meticuloso tejido, pasando por los colorantes, todos naturales.
Credit Salomé Ietter
Cada uno de los colores y símbolos que decoran los tejidos tienen un significado preciso. El negro es el color de la Pachamama, la Madre Tierra, muy importante para los andinos. Los símbolos nos hacen descubrir un mundo de creencias y supersticiones, reemplazando los símbolos católicos en los campos. Así es como encontramos representaciones de la cruz andina, ya sea en los muros antiguos o bien en los recientes, asociándose a la Trilogía sagrada. La serpiente representa el mundo subterráneo, mientras que el puma representa la realidad de la vida sobre la Tierra, y el cóndor se eleva e ilustra el mundo celeste, el más allá. El hallazgo del Templo del Sol, presente en la mayor parte de los sitios arqueológicos (re)descubiertos, permite atestiguar del culto que le era dedicado a este garante de las culturas.
Las ciudades también fueron construidas según formas simbólicas, visibles solamente desde un cierto punto de vista. Originalmente, Cuzco tenía también la forma de un puma. A mi llegada a Ollantaytambo, que tiene la forma de una mazorca de maíz, nos dedicamos, distraídamente, a mirar hacia arriba y a admirar las montañas que nos rodean, a veces demacradas por antiguas terrazas recordando los métodos de cultivos incas, otras veces desfiguradas por derrumbamientos y canteras de granito. Frente a éstas, el sitio arqueológico de la ciudad, lugar clave de la resistencia inca durante la llegada de los españoles, todavía domina el Valle. Esta ciudad, a pesar de su notoriedad como estación de salida del tren hacia Machu Picchu, supo conservar el encanto de una ciudad con una historia fuerte, perceptible desde los pequeños callejones de piedra que recorremos al ritmo del agua del manantial que se desliza a través las canalizaciones abiertas.
No obstante, mi día se ve perturbado por las idas y venidas de los buses y mini-buses dejando a los turistas, como yo. Y eso sin tener en cuenta las bocinas de las moto-taxis, que añaden un encanto obsoleto a este lugar. Es de aquí que salgo en dirección al famoso, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO: Machu Picchu. Se necesitan una hora y cuarenta minutos de tren a través del Valle sagrado, tan verde en el verano, a lo largo del río Urubamba, burbujeando de lluvias frecuentes, para llegar a la estación de hoteles y restaurantes de Aguas Caliente, feudo de las lanzaderas de gas que reúnen a Machu Picchu. La más mínima altitud se siente a través de la exuberante vegetación, que rompe con la de Cuzco, más espartana. Numerosos cactus bordean los campos, como barreras naturales, o bien sirven para los novios que graban sus nombres en las hojas, tal y como se sellaría un candado en el Puente de los Enamorados.
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Se revela el Machu Picchu majestuoso y misterioso sobre su montaña homónima. Es cuando cae la niebla que los paisajes se hacen mágicos, poniéndonos en el lugar de Hiram Bingham quien lo descubrió en 1911, enterrado debajo de la vegetación. Hoy en día, aunque perfectamente visible, guarda todos sus misterios. Símbolo de la civilización inca, constituye su construcción más intrigante. ¿Era un templo? ¿Una base militar? Las teorías se establecen, se refutan, se destruyen, se reforman. Pasear por los que eran antes los callejones de una ciudad inca dan este extraño sentimiento de no saber, y finalmente, esta impresión de que quizás nunca sabremos. Con la llegada de los españoles en Perú y el inicio de la conquista, todos los caminos que llevaban a este lugar fueron bloqueados. De tal modo que los Españoles nunca llegaron aquí y este lugar quedó abandonado frente a la naturaleza durante casi 400 años. Por lo demás, la energía que emana de tal sitio atrae a los turistas que buscan experiencias místicas y chamánicas, y su belleza incluso atrae a algunos aficionados de un tipo de sesiones de fotos… que no tiene lugar de ser en tal sitio.
Así, cruzamos por una señorita muy ligeramente vestida, parada sobre sus tacones, que posa de nuevo y de nuevo ante la cámara. No quiero ser aguafiestas, pero los tacones, lo sabrán cuando irán, hay que olvidarlos en este sitio. Tenemos que admitir, es un sitio lleno de sorpresas pero es también víctima de su notoriedad. Formando parte de las “nuevas maravillas del mundo”, el límite fijado por la UNESCO de 2 500 visitantes por día frecuentemente se excede . El debate sobre el turismo y sus efectos “segundarios” puede fácilmente aplicarse aquí, pero me es muy difícil criticarlo cuando yo misma beneficio de ello. Se puede notar que, por lo menos, si la UNESCO fija límites, sería bien respetarlos, y quizás renunciar al nuevo proyecto de abrir por la noche. Porque aunque esto permitiría desatascar los días, la instalación del alumbrado constituirá un atracción adicional para las personas que querrán ver el sitio dedía Y de noche, y no estoy segura que la UNESCO esté de acuerdo con todo esto.
Fiestas de fin de año marcadas por las tradiciones
De vuelta a Cuzco para las fiestas, Navidad exacerba las tradiciones religiosas. El pesebre domina la plaza central y en el mercado del 24 de diciembre, cada uno compra lo necesario para construir su propio pesebre: ramas, espuma natural, colorantes, miniaturas, y por supuesto, mucha gente anda con un niño Jesús en el brazo. La llegada del catolicismo ha entrenado una mescla curiosa, asociándolo a las tradiciones pasadas que todavía perduran.
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Esta mezcla fue finalmente fomentada por los métodos de asimilación de los españoles, quienes asociaban a Jesús con el Sol en las Iglesias para atraer a los peruanos. Progresivamente, se hizo un vínculo entre los dos y se arraigó el catolicismo. La misma cosa ocurrió con las cruces que sobresalen por encima de las ciudades en las montañas. Los Apus, dioses de las montañas, protegían las ciudades adentradas entre sus huecos. Para seguir yendo a estas montañas con el fin de venerarlos sin que les vean los sacerdotes, que sólo adoraban al Dios cristiano, se montaron cruces sobre esas mismas montañas. Así, la gente iba a honrar a sus Apus, al pie de una cruz católica.
Navidad, es el pavo (¡18 kg!), pero significa también, al igual que el Año Nuevo, los fuegos artificiales, que estallan de casi cada jardín y cada balcón de la ciudad: lo suficiente para enloquecer a un bombero… ¡Y lo suficiente también para enloquecer a animales (y a niños)! El 31 de diciembre, vi una manifestación dirigida por hombres, mujeres… y perros, mostrando (no los perros) pancartas protestando contra la utilización de la pirotecnia. ¿Por qué? Simplemente, y como me lo ha confirmado un perro visiblemente limitado intelectualmente (como muchos, pero éste más precisamente) que estaba saltando como un loco alrededor de los petardos lanzados por los niños, porque muchos pierden una pata, un ojo, una boca, o la vida, al jugar con estos pequeños – y grandes, explosivos. El perro de uno de nuestros guías turísticos murió de un ataque cardíaco porque, aún sienda demasiado inteligente para jugar al gato con la pelota explosiva, era demasiado miedoso para que su corazón resista al alboroto.
Bueno, es triste, pero mientras tanto, cuando ves un fuego artificial colectivo por primera vez, es magnífico. Y no escatiman esfuerzos, dura aproximadamente una hora a partir de la medianoche, y algunos son dignos de uno de nuestros fuegos artificiales tradicionales del 14 de julio (en Francia). Otra cosa sorprendente en el 31 de diciembre, es pasear por las calles y ver numerosas bragas y tangas en los escaparates.
Pícaro me dirán ustedes, pues no, sobre todo útil. No se compran para sí mismos, pero, señores, es el momento para ofrecer una ropa interior roja con un guiño a la que codician, con el fin de desearla un buen aufurio en amor para el año que viene; o amarrillo para la suerte; o verde para la salud. (Pero bueno, la ropa interior, ¿Se presta mejor a desear el amor no?) De lo contrario, para los menos extravertidos, y porque no se le regala ropa interior a un desconocido, TODOS llevan modestamente collares de flores amarrillas, para brindarnos suerte. Y, punto crucial, no se olviden de verter maíz, trigo y confetis amarrillos en su monedero. Y por favor no los quiten hasta el próximo Año Nuevo, de lo contrario… no quieren saber lo que pasará. Estas tradiciones pueden hacer sonreír, pero son un placer a descubrir, celebrando el paso al nuevo año y creyendo en pequeñas supersticiones, que en el fondo, tenemos todos.
En casa del habitante en medio del lago Titicaca
Hablando de creencias, fue saliendo del lago Titicaca que Manco Cápac y su mujer-hermana, se dirigieron hacia Cuzco para plantar allí el bastón de oro, en el centro de la Plaza de Armas, y la hubieran así convertido en el ombligo del mundo. El lago Titicaca es el lago navegable más alto que existe y es grande, muy grande. Puente entre Bolivia y Perú, está lleno de islas, más o menos grandes, y más o menos… flotantes. Al lado de las islas tradicionales, se establecen así las islas Uros. Hechas de cañas cortadas y superpuestas en una capa espesa. Estas islas flotantes, están mantenidas en un lugar estable gracias a un largo bastón fijado en el suelo del lago.
De hecho, en el siglo XVI, sus fundadores se escondieron en las cañas, sobre sus barcos, con el fin de escaparse de los españoles. Y porque quedaron allí por un largo tiempo, se dieron cuenta de que las raíces empezaron a flotear, y que era posible construir pequeñas islas a partir de ellas. Pero el punto culminante de este viaje fue sin duda la noche en la casa del habitante en la isla Amantani. No hay electricidad, no hay agua corriente, no hay tele por supuesto, ni internet, no hay aislamiento (y por más que estemos en verano, el calor no se hace sentir). En resumen, la vida rústica, al ritmo de las estaciones y de la agricultura, omnipresente. Mi bajo nivel de español que me obstino en mejorar desde hace dos semanas no me sirve para nada: hablan el quechua. Una familia como ésta, tan cálida como tímida, que me recibe así, aunque es la nueva ola de turismo comunitario, permite aprender mucho.
Credit Salomé Ietter
Intercambiar, a veces sin palabras, con personas que viven una vida tan alejada de la mía, es un verdadero placer así como un descubrimiento. Ni siquiera se hable del baile en trajes tradicionales en el pueblo. (Y pensar que lloraba cuando, de niña, tenía que disfrazarme). Más vale tener cuidado con su cabeza también, los marcos de puertas están muy bajos, desde lo alto de nuestros 4 000 metros de altitud. Después de esta paréntesis fuera del tiempo, el paso sobre de la isla Taquile permite por su parte descubrir otro patrimonio protegido por la UNESCO (están por todas partes), los tejidos, que tienen la particularidad de ser tejidos por hombres.
La riqueza cultural como una bocanada de aire fresco
En resumen, no son tanto las visitas que constituyen el principal elemento en tal viaje. El viaje, allá, es más una “manera de” que un objetivo en sí, se hace en cada minuto, se huele, se ve, se escucha, se prueba y se toca. Hay que abrir los ojos todo el tiempo, cuando cruzamos con paisajes que quitan el aliento durante un recorrido de bus, cuando nos maravillamos delante de fachadas de casas coloradas para las elecciones municipales, cuando olemos el olor de un aji de gallina que está cociendo, cuando acariciamos un alpaca (aunque no le preste atención). Cosas simples, pero diferentes de su casa. Y es cuando vemos porterías de fútbol en medio de ninguna parte que nos damos cuenta de que compartimos muchísimas cosas. Para mí, la diferencia está en la riqueza de la diversidad cultural que se observa a través de mil detalles sobre el camino recorrido.
Los toros de tierra cuidan las casas en Pukara, los ornamentos que decoran e identifican las ovejas en Taquile, las tradiciones que he podido observar en Cuzco, el idioma aymara que se diferencia del quechua, todos estos pequeños símbolos que orientan el trabajo manual de algunas comunidades, la sonrisa de los niños que se divierten de cosas pequeñas, que juegan al escondite en las ruinas incas, ahí donde antes, civilizaciones han hecho a mano todas estas cerámicas que están ahora encerradas en escaparates.
Esta bocanada de vida, estos detalles, esta imprevisibilidad, cambian de la uniformidad rutinaria y tranquilizadora de mi entorno de vida habitual. Cada comunidad tiene su particularidad. Y pues, ellos están lejos de los problemas de este mundo. Podemos desaprobar eso, pero al menos, viven sus vidas, en lo que me ha parecido un mayor respeto del momento presente. Y esto, aprovechando de cada día y de cada estación. ¿La lluvia? Es buena para el cultivo. Y finalmente, aunque la lluvia durante un viaje, es frustrante, aprende a esperar, a hacer malabarismos con su programa y participa a crear una experiencia de viaje inolvidable.
Si bien Zola ha dicho que “Ninguna felicidad es posible en la ignorancia, sólo la certidumbre resulta en una vida calma”, podríamos responder que renunciar a sus certidumbres y aceptar la ignorancia, es la clave para recorrer este mundo, al enriquecerse de esta ausencia de certidumbres, siempre aprendiendo y descubriendo como si abriéramos los ojos por primera vez.
Los toros de tierra cuidan las casas en Pukara, los ornamentos que decoran e identifican las ovejas en Taquile, las tradiciones que he podido observar en Cuzco, el idioma aymara que se diferencia del quechua, todos estos pequeños símbolos que orientan el trabajo manual de algunas comunidades, la sonrisa de los niños que se divierten de cosas pequeñas, que juegan al escondite en las ruinas incas, ahí donde antes, civilizaciones han hecho a mano todas estas cerámicas que están ahora encerradas en escaparates.
Esta bocanada de vida, estos detalles, esta imprevisibilidad, cambian de la uniformidad rutinaria y tranquilizadora de mi entorno de vida habitual. Cada comunidad tiene su particularidad. Y pues, ellos están lejos de los problemas de este mundo. Podemos desaprobar eso, pero al menos, viven sus vidas, en lo que me ha parecido un mayor respeto del momento presente. Y esto, aprovechando de cada día y de cada estación. ¿La lluvia? Es buena para el cultivo. Y finalmente, aunque la lluvia durante un viaje, es frustrante, aprende a esperar, a hacer malabarismos con su programa y participa a crear una experiencia de viaje inolvidable.
Si bien Zola ha dicho que “Ninguna felicidad es posible en la ignorancia, sólo la certidumbre resulta en una vida calma”, podríamos responder que renunciar a sus certidumbres y aceptar la ignorancia, es la clave para recorrer este mundo, al enriquecerse de esta ausencia de certidumbres, siempre aprendiendo y descubriendo como si abriéramos los ojos por primera vez.
Credit Salomé Ietter