Caza de ballenas: las tradiciones en contra de los océanos

Arthur Vernassière, traducido por María Alejandra Paixão
25 Septembre 2015


En tres países (Noruega, Islandia y Japón), perdura la caza intensiva de ballenas. Estas naciones siguen atacando a los cetáceos por razones a veces obscuras, por más que esta práctica esté anclada a las tradiciones locales. Es una forma de caza que va en contra total de la ecología. Las ballenas están en vía de extinción, siendo éstas indispensables para el buen funcionamiento de los océanos.


Crédito: BBC News Europe
A comienzos del mes de julio, Islandia lanzó una nueva temporada estival de caza de ballenas. Esta isla volcánica retomó la práctica en el 2006, después de 14 años de interrupción. Pese a las protestas y peticiones que surgieron durante este año, el país lanzó de nuevo la caza. Para el año 2015, ya habían sido recolectadas 800000 firmas contra el retorno de la caza, una cifra significativa al saber que Islandia cuenta con cerca de 323000 habitantes. Así, la petición traspasó las fronteras. Sin embargo, esto no impidió que centenas de toneladas de carne de ballena fueran exportadas. En el 2014, los balleneros islandeses mataron a 24 ballenas de Minke y a 134 rorcuales comunes.

Reglas y oponentes

Desde hace ya más de mil años que los pescadores atacan a los gigantes marinos. Sin embargo, en esa época, las criaturas podían aterrorizar a los marinos por su poder y su tamaño. Hoy en día, los barcos de caza están protegidos contra cualquier oleada provocada por los cetáceos. Los arpones acaban con la piel del animal, y esta práctica es cada vez más común y duradera.
Crédito: AP / Shuji Kajiyama

La caza comercial de ballenas se prohibió a partir de los años 80 gracias a un texto adoptado por la Comisión Ballenera Internacional, órgano encargado de reglamentar este tipo de caza. De tal manera, todos los países deberían, en principio, respetar esta regla. Sin embargo, al no tratarse de una ley internacional, no es reconocida por todos. Islandia y Noruega no han ratificado la moratoria de 1986 que prohíbe la caza comercial del cetáceo. “No están fuera de la ley. Las resoluciones de la CBI no son obligatorias para los Estados soberanos. Pasa lo mismo que en la ONU”, le recuerda Denis Ody al Journal International, responsable del sector océanos de la WWF France. Por su lado, a Japón se le prohibió la caza en la Antártida durante esta temporada. El país desarrolló un reporte deseando demostrar que la caza no tiene ningún objetivo comercial, pero sí científico. El Estado japonés indica que buscan mejorar los conocimientos sobre el ecosistema marino de la Antártida, y que por lo tanto estas modalidades de pesca son “necesarias” para los análisis. Un “pretexto”, según Denis Ody. “Gran parte de estas campañas científicas no han mostrado ningún resultado, o muy pocos”.

Japón sigue siendo uno de los principales compradores de carne de ballena. Durante el pasado mes de junio, un barco islandés salió del puerto de Hafnarfjörður para llegar al litoral nipón, llevando a bordo cerca de 1700 toneladas de carne de ballena. Según las cifras de la ONG Sea Shepherd, un total de 25000 ballenas habrían sido masacradas por estos tres países desde la entrada en vigor de la prohibición de la caza comercial.

Un sector, sin embargo, no tan portador

Podría pensarse que si estos países siguen alimentando la caza, es porque de ella sacan beneficios económicos. Sin embargo, éste no es el caso, ya que la venta de ballenas sigue disminuyendo desde hace algunos años. En Islandia, el turismo para ver a las ballenas produce millones de dólares cada año. Por lo tanto, arponar a estos animales es equivalente a matar la economía del país. Esto dicho, gran parte de los consumidores de carne de ballena son los turistas. En Islandia y Noruega, representan una parte importante de la demanda local.

De tal manera, contribuyen a la continuidad de la caza ejercida por ambos países. Localmente, los noruegos e islandeses consumen esta carne cada vez menos, desaconsejada a los niños por contener metales pesados. “La cantidad de metales pesados y contaminantes contenidos en la carne y en la grasa pueden causar enfermedades graves en caso de consumo frecuente”, nos informa Charlotte Nithart, portavoz de la asociación medioambiental francesa Robin des Bois (Robin Hood). En Islandia, el Estado subvenciona la caza, lo cual ayuda a los pescadores a pagar su infraestructura y sus materiales de pesca. En la tierra del sol naciente, el stock de carne de ballena alcanzó su nivel más bajo en los últimos quince años, aunque de todas formas obtuvo 1157 toneladas. “La carne se acumula y no se consume”, cuenta Denis Ody.

La baja se generaliza. Por lo tanto, ¿por qué seguir con la caza? Los argumentos de las naciones involucradas divergen y no siempre son racionales. “Noruega e Islandia tienen un pasado de caza de ballenas importante, al igual que de otros mamíferos marinos, como las focas. También poseen una gran zona económica, exclusivamente marítima. Ellos estiman – al igual que Japón – que renunciar a la caza de ballenas y ceder a las presiones internacionales los llevaría a hacer otro tipo de concesiones en el ámbito de las actividades de pesca. La caza de ballenas no es más que una afirmación de la soberanía”, analiza Charlotte Nirhart. Para Denis Ody, simplemente no hay “ninguna razón para seguir con esta caza. Es un juego puramente diplomático. En la CBI, los Estados Unidos tienen el mismo peso que un pequeño país. Es probablemente un medio para ellos de mostrar que existen en el escenario internacional. No hay desafío económico”.

Finalmente, las tradiciones culturales son las que tienen más peso. “Hay una cierta costumbre – la cual está disminuyendo pero aun así está muy anclada – y es la de comerse la carne de los mamíferos marinos y usar las otras partes de estos animales para la ropa o usos domésticos”. Para ellos, la caza de ballenas sería como una especie de necesidad patriótica para honorar a los ancestros. En Islandia, cocinar a la ballena sería un símbolo de veneración de la antigua cocina vikinga. Algunos comerciantes llegaron incluso a desarrollar una cerveza de ballena, la cual, según sus creencias, haría que el consumidor se convirtiera en un “verdadero vikingo”, ya que encontraría sus raíces. El gobierno islandés asegura que esta pesca es “sostenible” y que no amenaza a la especie.

La pesca de la subsistencia

Groenlandia, Alaska, San Vicente y las Granadinas, las islas Feroe e incluso la península de Chukchi en Siberia oriental practican la caza llamada de subsistencia. En otras palabras, existen cuotas reglamentadas y toleradas para que ellos cacen ballenas, ya que éstas hacen parte de su patrimonio cultural, de su tradición local y de su herencia común. “Son permisos otorgados a poblaciones que tienen un modo de vida bastante tradicional. Según el principio, si todo se respeta y que no hay excesos, ¿por qué no?”, explica Denis Ody.

Así, la caza de subsistencia se le autoriza a poblaciones que conservaron esta tradición cultural, y sin la cual no podrían responder a sus necesidades. La caza aborigen, así como la caza científica, son ambas admitidas por la CBI. Otros países siguen teniendo una visión opaca en cuanto a sus voluntades y prácticas. Por ejemplo, Indonesia aún practica la caza de ballenas, especialmente en la isla de Lembata. Allá, es más un espíritu de entretenimiento y de práctica ancestral que persisten.

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En Filipinas, país que se retractó de la Convención internacional para la reglamentación de la caza de ballenas, la caza perdura sin que haya cifras o datos visibles. A veces, y de manera clandestina y violenta, los pescadores filipinos no dudan en emplear explosivos para llenar sus redes, prácticas prohibidas en Manila pero persistentes en el país. En las islas Feroe, la caza de subsistencia se transforma todos los años en una masacre en masa. Se le llama “grindadáp” en feroés, es decir, “muerte de ballenas”.

La ballena contribuye al equilibrio marino

Los rorcuales comunes, unos de los mamíferos marinos más pescados por los cazadores, están en peligro de extinción, a pesar de estar protegidos. Son víctimas de los cazadores y su población está en peligro. Los varios barcos navegando cerca de sus zonas de hábitat, las redes de pesca, la disminución de sus presas debido al exceso de pesca y los sonares también son parte de los problemas que enfrenta esta especie en el momento de su reproducción.
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La ballena es una especie particularmente útil para el bienestar del ecosistema de los océanos. “Algunas especies de ballenas surcan los fondos oceánicos en busca de presas como larvas o crustáceos planctónicos. Esta práctica inversa y de dispersión de los sedimentos refuerza la productividad biológica”, explica Charlotte Nithart. Las carcasas de las ballenas sirven de abrigo y aportan nutrientes para ciertas especies que viven en los fondos marinos. De tal manera, ellas contribuyen al buen desarrollo de la fauna y flora submarina. Cuando muere una ballena, ésta se hunde y trae consigo una gran cantidad de carbono orgánico, ya que acaba en los fondos oceánicos. Las ballenas reciclan los nutrimentos y sus heces favorecen el buen desarrollo del plancton. “Las ballenas son criadoras de plancton”, asegura Nithart. Sus desechos permiten así que el dióxido de carbono sea absorbido. De tal manera, la ballena dispone de capacidades benéficas y primordiales para la ecología. “Desde la cuna hasta la tumba, el ciclo de vida de una ballena es útil para el bien común”, concluye Charlotte Nithart.

La pesca deportiva es una expresión que ilustra bien la caza de ballenas. Aquí, los sujetos del deporte son débiles y cada vez menos presentes en los mares y océanos. Son menos pesados, tanto en los océanos como en la economía de los países cazadores. Sin embargo, la pérdida más significativa está en la belleza animal, la biodiversidad y el equilibrio de los océanos marinos.